jueves, 15 de julio de 2010

LA RAZON DEL DERECHO




Toda la historia política de Occidente ha estado marcada, en sus tiempos fuertes, por una apelación al demonio como fuerza del mal político. Desde la fundación misma de la Iglesia romana hasta las Cruzadas, desde la persecución de las brujas hasta las grandes revoluciones del mundo moderno, el lenguaje teológico de la lucha contra el demonio ha sido un arma blandida desde todos los espacios políticos para definir al antagonista como enemigo absoluto. Se trata, según la mayoría de los textos antiguos, de un ángel caído, esto es, de un miembro de la milicia angélica que cometió el primer acto político de la historia: desobedecer a Dios. Como se ve, el demonio es quien decide no obedecer las órdenes del poder soberano”
( Entrevista a FABIAN LUDUEÑA ROMANDINI, filósofo, en Página 12)

Y finalmente se impuso la fuerza de la ley del hombre por sobre la voluntad de la fe del creyente. Porque, como en otras épocas de la historia, fe y razón van por caminos diferentes para llegar (se supone) a un mismo fin: la justicia y la igualdad para todos. Pero sucedió lo contrario; bastan recordar algunos ejemplos del pasado: las terribles persecuciones y torturas que la Inquisición medieval imponía a los llamados herejes (cristianos no dogmáticos) o a las mujeres acusadas de brujería por hacer predicciones o curar enfermedades. O a Galileo Galilei, obligado a retractarse de sus afirmaciones científicas en el siglo XVII para no ser excomulgado, al comprobar que no era la tierra – como sostenía la Iglesia Católica Apostólica Romana- sino el sol el centro del sistema planetario y que recién hace unos pocos años, un Papa reconoció como error de concepto.
Luego en el siglo XIX, en plena revolución industrial, varias encíclicas papales condenarían el progreso liberal y modernizador como “impío y absurdo”, promoviendo la doctrina social de la iglesia (Encíclica “Rerum Novarum” de 1891) que apoyaba la formación de círculos de obreros y sindicatos cristianos para evitar los “excesos del liberalismo” laico, aceptando la propiedad privada y la desigualdad social como hechos naturales, “ya que sufrir y padecer es la suerte del hombre”, decía.
Restan innumerables situaciones como la justificación de la esclavitud colonial sobre indígenas y negros, “carentes de alma” o los primeros derechos de las mujeres a favor del voto o a igual trabajo- igual remuneración, o la pastilla u otros métodos de control anticonceptivos, tan denostados por verdades divinas. Recordemos también la férrea oposición de cúpula de la Iglesia argentina del siglo XIX al matrimonio civil o a la educación obligatoria y gratuita por su carácter laico o más recientemente, las marchas religiosas multitudinarias, cuando tras el regreso a la vida democrática, se aprobó en nuestro país la ley de divorcio vincular que en lugar de amenazar la integridad familiar, como la Iglesia denunciaba, sólo legalizaría un hecho vigente y consumado desde hacía tiempo.
Esta madrugada, nuestros legisladores votaron a favor del derecho civil, sin renunciar muchos de ellos a sus creencias confesionales, separando el poder político del poder teológico que dice interpretar la palabra de Dios. Esta nueva ley legitima la unión de 2 personas o contrayentes que, sin importar su género, pueden ahora unirse en matrimonio civil igualitario, no sólo por amor, sino para poder recibir los beneficios materiales y de seguridad social de su pareja en la vida y que todo Estado laico maduro y de profundo espíritu democrático debe sostener en una sociedad pluralista y diversa como intentamos ser.