“El Sr. Presidente de la República de Ecuador, Rafael Correa, a través de su embajada en la Argentina ha donado a la ciudad de Buenos Aires un busto con la figura de Doña Manuela Sáenz, quien fue compañera del Libertador Simón Bolívar y luchó con él en las batallas por la Independencia Latinoamericana.
El mismo fue emplazado en la plazoleta ubicada en las intersección de las calles Manuela Sáenz y Juana Manso, extremo norte del parque Mujeres Argentinas” (6-10-2010 )
A propòsito de la visita a nuestro paìs en estos dìas del presidente ecuatoriano Rafael Correa y del homenaje a esta mujer del proceso independista sudamericano, bien vale leer algunos renglones que escribe sobre ella el escritor colombiano Gabriel Garcìa Màrquez en el libro dedicado a Simòn Bolìvar, “El General en su laberinto”:
“La ùltima visita que recibiò la noche anterior fue la de Manuela Sàenz, la aguerrida quiteña que lo amaba, pero que no iba a seguirlo hasta la muerte. Se quedaba, como siempre, con el encargo de mantener al general bien informado de todo cuanto ocurriera en ausencia suya, pues hacìa tiempo que èl no confiaba màs que en ella….El dìa anterior, durante la breve despedida formal, le habìa dicho: “Mucho te amo, pero màs te amarè si ahora tienes màs juicio que nunca”. Ella lo entend iò como otro homenaje de los tantos que èl le habìa rendido en ocho años de amores ardientes. De todos sus conocidos ella era la ùnica que lo creìa; esta vez era verdad que se iba. Pero tambièn era la ùnica que tenìa al menos un motivo cierto para esperar que volviera…
Se habìan conocido en Quito ocho años antes, en el baile de gala con que se celebrò la liberaciòn, cuando ella era todavía la esposa del doctor James Thorne, un mèdico inglès implantado en la aristocracia de Lima en los ùltimos tiempos del virreinato. Ademàs de ser la ùltima mujer con quien èl mantuvo un amor continuado desde la muerte de su esposa, veintisiete años después, era tambièn su confidente,la guardian de sus archivos y su lectora màs emotiva y estaba asimilada a su estado mayor con el grado de coronela. Lejos quedaban los tiempos en que ella habìa estado a tiempo de mutilarle la oreja de un mordisco en un pleito de celos, pero sus diàlogos màs triviales con solìan culminar todavía con los estallidos de odio y las capitulaciones tiernas de los grandes amores. Manuela no se quedaba a dormir. Se iba con tiempo bastante para que no la sorprendiera la noche en el camino, sobre todo en aquella estaciòn de atardeceres fugaces”.
Semejante mujer, con brillo propio, merece un lugar en la historia latinoamericana que trascienda el ser “la mujer de”, para ser reconocida como quien con amor y pasiòn por un hombre y una causa, acompañò uno de los grandes procesos libertadores de nuestro continente.
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